05.06.2022 15:49
Arkadi Maksimov
En 1982, poco antes del inicio del invierno austral, ocurrió una avería en la estación soviética Vostok, que casi resultó en la muerte de todos sus residentes.
El 12 de abril, todo estaba preparado para que la expedición, de 21 personas, pudiera sobrevivir con relativa comodidad los siguientes ocho meses, realizando todas los experimentos y observaciones necesarias. Dadas las duras condiciones del entorno —3.500 metros sobre el nivel del mar, temperaturas de cerca de 70 grados centígrados bajo cero, frecuentes tormentas y el acercamiento de la noche polar—, el pequeño equipo había estado ya efectivamente apartado de la humanidad durante un mes. La última vez que un avión aterrizó en la pista de Vostok, para llevarse a un enfermo grave, había sido el 12 de marzo.
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La estación consistía en varias estructuras, entre las que se contaban el edificio residencial, almacenes y otras construcciones científicas y técnicas. La electricidad consumida por el complejo se generaba en una pequeña estación eléctrica que contenía cuatro generadores a diésel: dos en funciones y dos de reserva. Todos ellos se encontraban en un edificio apartado. Cerca de las 4:17 de aquel día de abril, en esa ampliación aparecieron llamas.
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«Me despertó el mecánico de diésel, quien fue el primero en notar el fuego. También corrió a la casa de los operadores de radio. Recuerdo que cuando me desperté miré por la ventana y vi un pequeño fuego en un rincón; pensé: ‘¿Por qué tuviste que despertarme? ¿Por qué no arrojaste nieve rápidamente tú mismo?'», recuerda en una entrevista para RT el doctor Arcadi Maksímov, quien se encontraba entonces en la estación.
Pero resultó que todo era mucho más serio. […] Después de 15 minutos, el fuego se propagó hasta el propio edificio de la estación eléctrica. Cuando me acerqué, vi que todo estaba en llamas
Los habitantes de Vostok procuraron de inmediato sofocar el fuego. No obstante, se propagaba demasiado rápido. «Hay que conocer la Antártida. Actúa como un refrigerador doméstico […]: congela y seca. Todo se convierte casi en polvo. La sequedad es la misma que en el Sahara», escribió en 1983 el periodista soviético Vasili Peskov, quien entrevistó a los sobrevivientes.
«Por causa del fuego, el aluminio del que estaba hecho el edificio de la central se derretía y fluía como lágrimas, y luego se congelaba rápidamente. Tengo como recuerdo una pieza de ese aluminio de forma extraña», relata Maxímov.
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Sin energía
Combatiendo el incendio falleció el jefe de la misión, Alexéi Karpenko. A la misma amenaza de muerte inminente se enfrentaban también los demás. Pronto los cuatro generadores de la central quedaron destruidos por el fuego y la estación estaba perdiendo rápidamente el calor. Más aún, el incendio amenazaba con devorar todo el combustible que estaba almacenado.
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«Al lado de la central había un depósito de combustible, decenas de barriles de combustible. Primero el viento sopló en su dirección, y en medio del fuego parecía que definitivamente los alcanzaría. Sin combustible, ya no teníamos posibilidad de sobrevivir y no estaríamos hablando contigo. Pero al final, nuestras oraciones fueron escuchadas, y en el último momento sopló en dirección contraria», recuerda Maxímov.
«Todavía era imposible llamar aquello salvación, pero el pensamiento funcionaba febrilmente: ¡apareció una oportunidad! Haremos estufas de aceite… Hay un motor en la perforadora, si lo encendemos, habrá radiocomunicación… Hay alimentos, solo hay que protegerlos del frío», describió a Peskov sus sentimientos otro explorador, Borís Moiséyev.
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Calor retenido
En unas horas se logró encender el viejo motor de la perforadora. Un compañero de Maxímov y Moiséyev, el doctor Guennadi Baránov, reconoció luego que solo entonces creyó que tenían posibilidades de sobrevivir al invierno: «Cuando escuché ese débil traqueteo, pensé: reanimación, ha aparecido un pulso, lo que significa que la vida es posible».
Paralelamente crearon sus primeras estufas de aceite, que se convirtieron en fuentes de calor para la estación. Fueron instaladas dentro del edificio residencial, el único que decidieron calentar. No obstante, sin el sistema de calefacción original era difícil vivir en tales condiciones. Así, la diferencia de temperatura, en términos verticales, determinaba que el suelo del interior podía estar a menos cero mientras a nivel de la cabeza hacía calor. Dado que los exploradores dormían en literas de dos niveles, casi vivían en dos climas diferentes.
«El pobre de arriba yace en calzoncillos. El inferior prefiere vestirse lo más abrigado posible. Y en el fondo, en las esquinas y cerca de las paredes, hay hielo», escribió entonces Maxímov en su diario.
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En la oscuridad
Otro problema fue la oscuridad. En ese invierno, el sol se vio por última vez en Vostok el 22 de abril. Luego empezó la noche polar. Sin luz solar, los exploradores empezaron primero a quemar queroseno. Luego hicieron velas con la parafina que había en las reservas de los astrofísicos. Y solo mucho después lograron restablecer la iluminación eléctrica.
Una de las características más recordadas de los primeros días en Vostok, tras el incendio, fue el hollín producido por las velas y las lámparas de queroseno.
«El hollín de las velas flotaba en el aire en copos impenetrables, se metía en el cabello, las orejas, empapaba la ropa. […] En una pared cubierta de hollín, podrías escribir todo tipo de dichos sabios con el dedo», recoge Peskov.
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«¡Lavar, lavar!»
Tras un tiempo, se resolvió también la cuestión del baño. Cubiertos de hollín, sucios, los inquilinos de Vostok soñaban con la oportunidad de bañarse, pero todos entendían que difícilmente podrían hacerlo antes de salir de su cautiverio.
La añoranza del baño se ha vuelto simplemente inhumana, del baño se ha hablado todos los días. Y una vez, Borís Moiséyev dijo: «Basta, ¡hagamos todo lo posible, pero habrá un baño!»
Con ese fin, los exploradores hicieron una gran estufa con un compartimento para el agua. «Ropa interior negra y nosotros mismos como los habitantes del continente africano. ¡Pero qué bendición! Y hasta tres palanganas de agua caliente por hermano: ¡lavar, lavar! En la repisa superior, el calor es digno de cualquier baño y debajo la nieve yace y no se derrite. Pero este contraste es incluso bueno para un baño. La vela parpadea. Huele a diésel. Pero, estoy seguro, no hemos experimentado tal placer con ningún baño, con ningún lavado en nuestra vida», escribió en su diario Maxímov.
Vuelve la normalidad
Con el paso de tiempo, los habitantes de Vostok hallaron en el depósito de chatarra dos motores bastante bien conservados y los repararon. La vida en la estación casi volvió a la normalidad, e incluso se pudo poner en marcha la perforadora, probablemente el instrumento más importante de Vostok, que luego permitiría descubrir un enorme lago subglacial que alberga formas de vida.
El 5 de agosto, tras más de cuatro meses de oscuridad, en la estación se observó el primer rayo solar del nuevo verano. El 23 de noviembre, mucho antes del plazo programado, llegó a Vostok un tren antártico: una columna de todoterrenos con personal y abastecimientos necesarios para su existencia.
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«Mientras aceptaban los regalos, los de Vostok también prepararon una sorpresa para los expedicionistas: ‘¡Bienvenidos al baño!’ No hay nada más importante para un expedicionista que un baño en este momento. Y los esperaba, con agua de pura nieve», señala Peskov.
Una semana después, el 2 de diciembre, los tripulantes de Vostok partieron hacia la estación Mirny, en la costa de la Antártida. Tras llegar allí, enterraron a Karpenko en la isla de Buromsky —cementerio de los exploradores antárticos soviéticos— y abordaron una nave que los llevó de regreso a la URSS.
El incendio no acabó con la estación Vostok. Ya para el año siguiente reanudó su valioso trabajo científico. Y entonces, en 1983, se registró allí una temperatura de -89,2 ºC, que se mantuvo como récord hasta que entre 2014 y 2016 se detectaron -98 grados centígrados.
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