El grito de guerra de un «golpista» bolsonarista revela un Brasil radicalizado
28.12.2022 15:57
2/2
© Reuters. FOTO ARCHIVO: Un autobús arde mientras partidarios del presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, protestan después de que el juez del Tribunal Supremo Alexandre de Moraes ordenó el arresto temporal del líder indígena José Acacio Serere Xavante por presu
2/2
RÍO DE JANEIRO, 28 dic (Reuters) – Casi dos semanas después de que Luiz Inácio Lula da Silva derrotó al presidente ultraderechista Jair Bolsonaro en las elecciones más reñidas de Brasil en una generación, Milton Baldin llegó a la capital, Brasilia, para intentar anular el resultado.
Baldin, un pequeño empresario de 55 años del interior profundo de Brasil, se unió a miles de partidarios acérrimos de Bolsonaro que habían montado un campamento frente al cuartel general del Ejército, desde donde instaban a los militares a dar un golpe de Estado.
Baldin subió al escenario del campamento el 26 de noviembre e hizo un llamamiento a los propietarios de armas de todo Brasil, un grupo que ha aumentado a casi un millón de personas desde que Bolsonaro comenzó a flexibilizar las leyes en 2019. Les pidió que se le unieran en Brasilia para protestar contra la certificación electoral de Lula.
«Vengan aquí y muestren su presencia», dijo Baldin, agregando que la bandera amarilla y verde de Brasil «bien puede terminar roja, pero con mi sangre».
El grito de guerra de Baldin desencadenó una serie de acontecimientos en el campamento y sus alrededores que culminó varios días después en una violenta turba de bolsonaristas que intentaron invadir la sede de la Policía Federal el 12 de diciembre, según más de una docena de habitantes del campamento, familiares y policías entrevistados por Reuters, así como documentos no divulgados anteriormente del Tribunal Supremo, que está supervisando las investigaciones confidenciales sobre las protestas postelectorales en Brasil.
El viaje de Baldin -desde el adormecido corazón agrícola del país hasta ser protagonista de un movimiento armado acusado de socavar la democracia- es indicativo de una radicalización más amplia en Brasil bajo Bolsonaro, a la que Lula tendrá que enfrentarse cuando asuma el cargo el 1 de enero.
Pocos días después de su discurso, Baldin fue detenido dentro del campamento por orden del juez del Tribunal Supremo Alexandre de Moraes, que ha dirigido polémicas investigaciones sobre Bolsonaro y sus aliados. Baldin es sospechoso de intentar derrocar violentamente el Estado democrático y crear una fuerza paramilitar.
Levi de Andrade, abogado de Baldin, dijo a Reuters que su cliente se limitaba a defender los derechos de los propietarios legales de armas de Brasil.
La detención de Baldin desató el miedo entre los habitantes del campamento, que pensaban que Bolsonaro y el Ejército les protegerían del Tribunal Supremo, según manifestantes y policías.
Pero a la semana siguiente, Moraes ordenó la detención de un segundo acampado que había cuestionado la victoria de Lula, el líder indígena José Acacio Serere Xavante. Su miedo inicial se había convertido en ira, desatando un violento alboroto que dejó el centro de Brasilia lleno de buses y automóviles quemados.
«Con la detención de Baldin, hubo una sensación de vulnerabilidad. Mucha gente se dio cuenta de que no era un lugar seguro», dijo Lucas Mello, un TikToker de 22 años que vive en el campamento desde el 5 de diciembre. «Con el indio, Serere, no era miedo, era rabia».
Tres días después de los disturbios, Moraes liberó a Baldin, lo envió a casa con una tobillera y le prohibió hablar con los medios de comunicación. Moraes dijo que había una clara relación entre su llamamiento a las armas y los disturbios posteriores.
«Las (protestas) extremadamente violentas (…) ocurrieron exactamente en el mismo contexto que motivó la detención temporal de Milton Baldin», escribió Moraes en su sentencia sellada. «Es decir, la insatisfacción criminal y golpista con los resultados de las elecciones generales de 2022».
Los disturbios del 12 de diciembre marcaron el inicio de un nuevo giro amenazador en el campamento y sus alrededores.
Dos semanas después, la policía encontró una bomba junto al aeropuerto de Brasilia y detuvo a George Washington Sousa, que confesó haber fabricado el artefacto y conspirado con otros en el campamento para hacerlo explotar.
Sousa, que condujo hasta el campamento con ocho armas de fuego, 1.000 balas y cinco cartuchos de dinamita en el maletero, dijo que esperaba que la bomba «provocara una intervención militar (…) para impedir la instalación del comunismo en Brasil».
CAMINO A BRASILIA
El viaje de Baldin a Brasilia duró años.
Votó dos veces por Lula durante su presidencia de 2003 a 2010, y también respaldó a su sucesora Dilma Rousseff, elegida a dedo, pero se desencantó con la corrupción y la mala gestión económica de la izquierda, dijo a Reuters la esposa de Baldin, Adelia Silva.
En 2018, cuando Lula fue encarcelado por corrupción, la pareja era cada vez más receptiva a Bolsonaro, un disruptor nacionalista que fue elegido ese año con la promesa de impulsar la agroindustria, la industria dominante en su estado natal de Mato Grosso.
Los años de Bolsonaro fueron buenos para los Baldin.
El auge del sector agrícola impulsó el negocio de la maquinaria pesada de Milton, lo que le permitió comprarse dos coches nuevos para él y su mujer. Silva dijo que también se registró como propietario de armas y adquirió dos pistolas que usó para competir en un club de tiro local.
Baldin se mantuvo al tanto de las noticias a través de los canales de Youtube probolsonaro, algunos de los cuales han sido denunciados por los tribunales federales por presunta desinformación electoral.
El presidente ha sugerido, sin pruebas, que el sistema de voto electrónico de Brasil es susceptible de fraude. Muchos en Mato Grosso, bastión de apoyo a Bolsonaro, le creyeron.
«Las elecciones no fueron claras», dijo la esposa de Baldin. «Sólo queríamos transparencia».
Tras la victoria de Lula, la ciudad natal de los Baldin, Sinop, se convirtió en epicentro nacional de la disidencia, con camioneros bloqueando una carretera crucial para la exportación de granos. Baldin se unió a un campamento en el estadio de fútbol de la ciudad antes de dirigirse a Brasilia el 10 de noviembre, donde levantó su tienda con otros «patriotas» de Sinop.
Xavante, líder indígena y pastor evangélico, también es de Mato Grosso. No estaba claro si Baldin y él se habían cruzado en el campamento de Brasilia, cuyo tamaño ha oscilado entre 2.000 y 20.000 personas, pero que ha disminuido en los últimos días.
«Lula no será investido (el 1 de enero)», insistió Xavante en una de las protestas.
Aunque las Fuerzas Armadas tuvieron un papel destacado en el Gobierno de Bolsonaro, han ignorado los llamamientos a un golpe de Estado.
Sin embargo, algunos oficiales del Ejército apoyaron discretamente a los manifestantes, según Oswaldo Eustáquio, un antiguo habitante del campamento, y un policía federal con conocimiento de la situación.
A los manifestantes se les ha permitido ducharse dentro del edificio de POUPEX, un prestamista hipotecario militar cuya oficina principal se encuentra dentro de los terrenos del cuartel general del Ejército, dijo Eustáquio, que abandonó el campamento por el temor a ser también detenido.
POUPEX afirmó que ningún «extraño» había usado sus duchas. El Ejército dijo desconocer las acciones, para las que no existía apoyo institucional.
INDIGNACIÓN Y RABIA
El discurso de Baldin le metió en un lío con Moraes, que firmó su orden de detención temporal.
La policía encubierta rastreó el campamento durante tres días antes de identificar a Baldin en la sección de Sinop, según el policía federal, y detenerlo al anochecer del 6 de diciembre.
Entraron de paisano, añadió el agente, o «habría habido una guerra».
Baldin dijo a la policía que tenía «miedo de tener que devolver sus armas de fuego por voluntad del nuevo Gobierno»; que no había pretendido amenazar a Lula ni impedir que asumiera el cargo, que «tenía poca escolaridad» y que había trabajado desde la adolescencia.
La detención de Baldin puso en vilo al campo.
«Fue muy simbólico», dijo el policía federal, ya que tuvo lugar frente al cuartel general del Ejército: «Un bastión donde se creían intocables».
También avivó el resentimiento hacia Moraes entre los partidarios de Bolsonaro.
Las investigaciones de la justicia han puesto en aprietos al presidente y han encarcelado a sus aliados. También han vigilado las redes sociales, suspendiendo temporalmente el acceso a la aplicación de mensajería Telegram y multando a las plataformas que no eliminan el contenido fraudulento.
Los bolsonaristas se burlan de Moraes como un déspota no electo que ha censurado la libertad de expresión y pisoteado el poder ejecutivo del presidente. «Se cree el dueño de Brasil», dijo el tiktoker Mello.
La oficina de Moraes no respondió a la petición de comentarios. El juez ha defendido sus acciones como pasos necesarios para proteger la democracia de Brasil.
El 9 de diciembre, Bolsonaro rompió semanas de silencio poselectoral con un mensaje ambiguo que muchos vieron como un aliento a sus partidarios que protestaban. «Vamos a ganar», les dijo.
Tres días después, Xavante fue arrestado a petición de Moraes por supuestas amenazas antidemocráticas. Su detención fue un punto de inflexión.
«Había indignación y rabia», dijo Eustáquio, el antiguo habitante del campamento, que ahora también se enfrenta a una orden de detención firmada por Moraes.
Los seguidores de Xavante persiguieron al vehículo policial que lo transportaba de vuelta a la sede de la fuerza de seguridad. Otros miembros del campamento, entre ellos Sousa, no tardaron en unírseles y juntos intentaron invadir el edificio.
La abogada de Xavante, Jessica Tavares, declaró que su cliente había sido incitado por otros y lamentaba sus actos.
(Reporte de Gabriel Stargardter. Editado en español por Javier López de Lérida)